"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

miércoles, 2 de diciembre de 2015

PUNTO Y SEGUIDO CON LEONARDO PADURA: REGRESO A LA TIERRINA


Aunque en Cuba insistieran en llamarlo el Gallego Manolo, como a todos los españoles que por décadas y siglos se habían asentado en la isla, siempre que podía el viejo Manuel Mejido les aclaraba: “Asturiano. Soy asturiano”. Y no lo hacía porque considerara que ser asturiano fuese mejor que ser gallego, o catalán o andaluz, sino porque, a pesar de haber vivido tantos años lejos de su terruño, en cada ocasión en que se le despertaba la nostalgia, sus recuerdos más ingobernables reavivan la memoria de aquel pueblito asturiano donde había nacido y al cual, algún día, algún día, regresaría para completar el ciclo de la vida. Porque Manuel Mejido aspiraba a descansar en la misma tierra donde había nacido.

Llevaba cuarenta años viviendo en Cuba, aunque,  echando de menos todos los días su pequeño pueblo asturiano. En este país conoció a una bella mujer cubana a quien desde el primer momento que la vio, se enamoró y con la cual se casó y tuvo un bello niño a quien quería mas que a nada. 
Un día,  dando un paseo con su hijo, llamado también Manuelito, este le preguntó a su padre sobre esa tierra asturiana de la cual habia escuchado tanto desde bien pequeño. Le preguntó si alguna vez conocería ese sitio ya que, según lo que su padre hablaba, le parecía un lugar mágico y hermoso. Manuel tristemente le decía que esperaba enseñarle esas tierras que el tanto amaba.

Siete años después, Manuelito ya era mayor de edad y ya se había olvidado de la tierra de la cual su padre tanto le hablaba. Su madre habia enfermado hacía unos años y a la pobre mujer no la pudieron salvar; ya hacía unos meses que la mujer había fallecido, pero Manuel no se recuperaba. Todos los días al levantarse se quedaba sentado en la cocina y no se movía en todo el día de esa silla. Su hijo, al ver esa imagen, ya no sabia cómo animarle. Pero se le vinieron a la cabeza esos paseos de pequeño con su padre, en los que hablaban sobre la tierra asturiana a la que echaba tanto de menos su padre. Al recordar esas conversaciones, Manuelito sonrió,  fue a la cocina, le dio un beso y un abrazo y se fue de casa sin decir nada y con una caja en la mano. Su padre miró  extrañado a la puerta, pero siguió  sentado en la silla sin moverse.

Al anochecer, Manuel estaba preparando la cena cuando llegó su hijo y, sin decir ni una sola palabra, se metió en su habitación.  Al escuchar a su padre llamarle para cenar salió con una sonrisa en la cara y se sentó a cenar. Antes de acabar, el chico se levantó y se volvió a encerrar en su habitación.  Quince minutos después,  salió con una caja envuelta y se la entregó a su padre, Manuel, extrañado por ese detalle, se puso a abrirlo, temblando, ya que no lo esperaba. Cuando abrió la caja, se le cayeron varias lagrimas y se levantó a darle un abrazo a su hijo, dándole las gracias. Su hijo se emocionó y empezó a llorar junto a él.  Al separarse de ese abrazo tan bonito, sonrieron.

Manuel y su hijo estaban a punto de embarcar, eran muchas horas de viaje y Manuel tenia muchos sentimientos encima: estaba emocionado y feliz, y a la vez, nervioso y triste.  Por una parte, le entristecía dejar atrás Cuba, donde habia vivido tantos años, tantos momentos y había formado esa hermosa familia. Manuel se giró, miró a su hijo y sonrió. El chico tenía la misma cara que su madre, esa cara tan hermosa que le enamoró desde el primer segundo. Recordó a su mujer, le hubiera encantado ir a Asturias, y conocer esa tierra de la que su marido tanto le había hablado. A Manuel se le escapó una pequeña lágrima y sonrió porque estaba cumpliendo su sueño.

Al montar en el avión, miró a su hijo y le volvió a dar las gracias por cumplir el sueño de volver a su querida tierra asturiana,  miró por la ventana y al rato se quedó dormido. Manuelito, al acabar de vestirse,  se puso a mirar por la ventana y sonrió al ver el hermoso paisaje asturiano. Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando escuchó unos gritos y unas risas. Fue hacía  el salón y encontró  a su pequeño hijo Manuel y a su hermosa mujer jugando con él.  Miró esa tierna imagen y sonrió. 

Cuando aparcó el coche, su pequeño se posó corriendo y su mujer le cogió de la mano. En la otra, tenía una hermosa rosa. Miró  a su mujer y siguieron adelante. Cuando llegaron, el niño ya habia posado su rosa. Manuelito miró hacia abajo y posó la suya. Se quedó un rato mirando hacia la tumba de su padre y se sintió orgulloso por haber cumplido su sueño.

Rebeca Fernández Piñera. 1º de Bachillerato.

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