"LLa lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes a lengua nace con el pueblo; que vuelva a él, que se funda con él, porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua". Miguel Delibes

lunes, 19 de marzo de 2018

LA HISTORIA MÁS TRISTE



Esta es la historia más triste jamás contada sobre la vida de un perro. A Zar lo encontraron dentro de un contenedor de basura en un polígono industrial, cuando no tenía ni dos meses de vida, junto con sus cinco hermanos.

Puede decirse que tuvieron suerte, alguien los oyó llorar y avisó a la protectora de su ciudad, los rescataron y los seis cachorros  fueron a parar a la perrera. Rápidamente se anunció el hallazgo, se pusieron en marcha las redes sociales para conseguir que alguien los adoptara; no fue difícil ir encontrándoles casa a casi todos ellos.

Se fueron marchando uno a uno con sus nuevos dueños, pero nadie se interesaba por Zar. Era el más pequeñito de todos, el más tímido y el más desconfiado, así fue como se quedó solo en la perrera. Parecía no adaptarse, estaba triste, no comía y, cuando algún voluntario quería sacarlo de paseo, se negaba.

Un día llegaron unos señores que buscaban un cachorro para su hija, pero casi todos los perros eran adultos; entonces se fijaron en Zar. En su nueva casa Zar estaba feliz, comía, jugaba, corría y también destrozaba alguna cosa. Pasaron algunos meses y Zar creció y se convirtió en un perro grande, torpe y bonachón. Los padres de la niña no estaban muy contentos con él porque se tropezaba con todo y casi todas las semanas destrozaba algo.

Se acercaba el cumpleaños de la niña y sus padres le  prometieron un viaje inolvidable, pero Zar no podía ir ni tampoco podía quedarse solo en casa, así que negociaron con ella el devolverlo a la perrera si no quería olvidarse de aquel viaje. De este modo, aunque muy triste, la niña decidió que Zar regresara a la perrera.

Zar ya había conocido la felicidad y lo que era tener a alguien que te quiera, así que se deprimió y se convirtió en un perro malhumorado y triste.

Ya no sabían qué hacer con él, lo daban por perdido. Pero afortunadamente apareció un señor mayor al que se le había muerto su perro hacía poco y se fijó en Zar. Le contaron su historia y decidió llevárselo. Le costó mucho que Zar se dejara querer, pero tuvo paciencia y consiguió que Zar volviera a tener ilusión, que saliera a pasear, que comiera y que jugara.

Pasaron algunos años en los que Zar fue feliz de nuevo, pero su dueño enfermó y lo llevaron al hospital. Le dijeron que iba a morir y decidió volver a casa para que Zar no estuviera solo. Así fue como Zar estuvo con su dueño hasta su muerte, pero su destino fue una vez más la perrera, aunque esta vez Zar decidió que no iba a pasar otra vez por lo mismo y dejó de comer y de beber, se dejó morir de tristeza.


Pelayo Porrón Uría, 1º ESO A

Prof. Noemí González

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